Según un viejo dicho, una persona no puede nunca ir dos veces al mismo río. Y tengo muy claro que esto es cierto. Cuando esa persona vuelve al mismo lugar, ni el río será el mismo, porque ya estará pasando otra agua... ni la persona será la misma, me atrevo a opinar...
¿Quién no ha cambiado?. Poco o mucho, todos morimos un poco cada día, cada instante y nos vamos metamorfoseando, evolucionando en nuestro ser queramos o no, seamos o no conscientes, lo noten o lo ignoren quienes nos rodean.
Por ello, yo no creo en más historias que en la recolección de momentos.¿Quién puede controlar su vida para poder afirmár lo que sucederá mañana?.
Las historias, las vidas que nos cuentan - todas a posteriori- van hiladas no por el agente que los realiza, si no por la visión de quien la escribe, que se empeña en desarrollar unos hechos como si fueran consecuencia natural unos de otros. Mentira, está jugando con trampa. Nadie es igual día a día, y a veces un pequeño hecho nos marcará para siempre y ese aconteciemiento quizás apenas quede en nuestra mente como un borrón mal definido.
Por eso me gusta el cuento y lo breve. Reflejan algo inmediato, creíble por su brevedad. Ni siquiera en ellos se puede reflejar un instante de nuestra vida, pero me parecen más coherentes en sus planteamientos.
Cuando me lanzo a uno de ellos, no sé donde voy a parar. No se pueden limitar los personajes ni los hechos. Cuando escribes una palabra, no sabes a dónde te va a llevar. Partes de una idea, situación o sentimiento y te dejas arrastrar.
Me gustan los cuentos porque se escriben, porque se leen en un sólo acto, con un momento único de principio y fin, sin que normalmente otras circunstancias puedan transformar al escritor o al lector.
No creo en las grandes novelas con personajes lienales, actitudes monolíticas y toda la trama bien atada. Sin momentos, sin circunstancias... no hay vida. Eso no significa que renuncie a muchas páginas. Nada me parece más grande que El Quijote o La Regenta, llenos de recovecos, personajes, cruces y evoluciones que sólo tienen de hilo conductor unos nombres que no tienen nada que ver al principio y al fín. En esos libros se vive, y estoy seguro que sus escritores gozaban y se sorprendían con la vida de sus criaturas.
Porque la vida es cuento, arte, y todo lo demás son....¡paparuchas!.