“su cuerpo dejara no sin cuidado,
serán ceniza, mas tendrán sentido
polvo serán, mas polvo enamorado”
Quevedo
Luís levantó los ojos de su Quijote en cuanto la vio pasar. Como todas las tardes, la pasaba en el parque, con la compañía de un buen libro, tras la partida, viendo a los jóvenes pasar y echando migas a las palomas, mientras los otros jubilados recordaban las pequeñas historias de su vida y criticaban a la juventud actual. Siempre hablaban de lo mismo... las rutinas del pasado, los nietos que nunca les vienen a ver, la partida, el fútbol, la política local. Hasta que todo le pareció gris y aburrido y decidió poco a poco separarse de sus compañeros de asilo . Correr aventuras y hablar con la literatura. Cervantes, Dickens, Quevedo o Salgari... Le parecía que ellos iban a ser sus mejores compañeros en lo poco que le quedaba de vida.... hasta que la vio pasar. Era de su edad, de setenta y tantos. Arrugada y de pelo coquetamente teñido de rubio, y pasó riéndose cogida de unas compañeras. Debió de ser eso lo que le hizo levantar la vista. Fue como un golpe de brisa. Hubo algo en ese instante que le pareció mágico. Había algo en ella que le pareció especial. Toda su vida pareció concentrarse en ese instante. Y a la vez miles de pensamientos le pasaron por la cabeza. Su esposa, noviazgo, los hijos, su muerte... El trabajo, el colegio, las miles de horas que había pasado enseñando literatura a unos alumnos que se aburrían.... Los miles de poemas que había leído en su vida y que tanto amaba. Las voces de Shakespeare, Quevedo , Bequer... El Quijote, que de entre sus manos le gritaba “¡adelante!”. Todo esto y muchos mas pensamientos duraron a la vez unas décimas de segundos y una eternidad. Pero no dudó un instante. Nunca, nunca había sido una persona impulsiva. Pero tiró el libro al prado, y la vez que se levantaba arrancó unos flores del seto y inició una pequeña carrera tras su figura.
-¡Señorita, señorita...!- dijo sin saber porqué de su boca salían las palabras.
Ella se paró sorprendida al ver como corría tras ella.
- ¿Si...?- dijo ella. Las amigas que iban su vera callaron.
- Estas flores..- dijo Luis cogiendo aliento, hacia años que no corría- ... son para usted. La... mas bella flor del jardín.
Las amigas dieron un pequeño grito escandalizadas. Pero ella se ruborizó y añadió a sus arrugas todas las de una sonrisa. A Luis le pareció la criatura más maravillosa del mundo.
- ¡Qué atrevido!... y ¿cómo se llama, caballero?.
Luis cogió su mano e hizo una galante inclinación de cabeza.
-Para usted, Don Juan.
Ella le correspondió con una risa.
- Pues para usted, yo seré Doña Inés.
-Perdone el atrevimiento.... pero ¿me haría el placer de un paseo en su grata compañía?
- ¡ Qué atrevimiento!. Espero que por eso no considere que soy una chica fácil..-dijo cogiéndole el brazo y dejando asombradas a sus enlutadas amigas.
-¡Por supuesto!
Desde aquel momento fueron el comentario de todo el asilo. Nadie, o mejor dicho, casi nadie, les entendía. Ni siquiera sus hijos. Ni los directores del asilo, que trataron de entorpecer sus encuentros. Hasta que una noche, decidieron dar el gran paso. Cuando se descubrió con asombro una escalera debajo de la ventana de la habitación vacía de nuestra Dulcinea, con un ramo de rosas sus pies. Luis siempre había sido un clásico.