domingo, septiembre 17, 2006

Persiguiendo la luz



Esto sucedió hace muchos años. Cuando yo era algo más que un niño, supongo, puesto que
me hizo meditar profundamente hasta ser una de esas lecciones de la vida que nadie te puede enseñar y que tienes que descubrir por ti mismo.

Era joven, pero empezaba a replantearme la vida. A pensar. Estaba sólo, en la capilla de mi colegio estrictamente religioso. Pasaba algunos de esos preciados momentos de descanso en la capilla del oratorio, rezando. No lo hacía porque me lo hubiera ordenado el cura, no, (ello no ordenaban, “aconsejaban” por tu salud espiritual), si no porque creía que era lo que tenía que hacer. En mi interior se había abierto una grieta que me llenaba de desazón y no sabía que hacer. Cuando se lo conté al cura, en mi charla semanal, fue muy claro: “Reza”. “Pero yo no siento nada, es como hablar al vacío, por mas que me esfuerzo es como hablarle al aire” repliqué. “No importa, reza, reza más...”.

Y allí estaba yo, sólo en la capilla del colegio, en una soleada mañana de por otoño, retirado en la parte de atrás, sintiéndome cada vez más vacío y además idiota, por no estar disfrutando del recreo como el resto de mis amigos, cuando de improviso...

Un rayo de luz, solitario, penetró por la ventana, rebotó en la lámpara del techo y fué a parar al sagrario de latón que había en medio del altar.

Quedé sobrecogido. Era increíble. No podía creerlo. En los primeros instantes no me atreví a moverme, a respirar, a pensar. Fue solo un instante, pero no lo había soñado, estaba seguro de que había sido real.

Me arrodillé de inmediato y me puse a rezar. A rezar de verdad. No al aire, no al vacío... El Universo tenía sentido. Y se me fue el resto de tiempo del recreo en un instante hasta que me sorprendió el sonido de la sirena que anunciaba que debíamos de volver a las clases.

No me atreví a comentárselo a nadie. Ni al cura, que en realidad me caía personalmente mal (entiéndase: solo él, no el ministerio) y al que mi nueva actitud de piedad lo llenaba de orgullo, pues creía estar criando un candidato al seminario.

Pero la carne es débil y no podía pasar todos los recreos rezando. Al cabo de unas semanas noté que también necesitaba jugar, descansar. Y una soleada mañana de un recreo, los pasos de mis amigos nos llevaron a la ventana que había debajo del oratorio, de mi oratorio.

Y mientras charlábamos surgió un juego inconscientemente, casi infantil, de hacer perseguir el reflejo de las esferas de nuestros relojes por las enormes paredes del colegio, en sombra. Cuando mi reflejo se perdió por la ventana de la capilla, quedé callado, muy serio, por algo que no quise contar a los demás. La herida en mi interior se volvió a abrir y esta vez empezó a manar. Miré la hora: era la misma que aquel día. Me enfadé no con Dios, no podía, me enfadé conmigo mismo, con mi credulidad.

Corté con la capilla, con la oración y con el cura. Y cuando veía una actitud religiosa, durante muchos años compadecí a esas personas pensando que perseguían un reflejo de un rayo de sol.

Hasta ahora. Ahora, que ya no soy joven, mas bien maduro. Y cuando noto el dolor de mi pecho, y me acuerdo de esas semanas que no me dolía, me pregunto, muy sinceramente me pregunto, si Dios ese día me quiso curar con un reflejo de sol que rebotaba en la esfera de cristal de un reloj de un niño.

domingo, septiembre 03, 2006

Cuando el destino se escribe

(cuento publicado en la Antología 2005 de Taller de Poesía y Relato, Diputación de Cáceres)

Jaime se puso enfrente de su ordenador para escribir una historia para su blog. Esta tarea era para él lo más importante de la semana. Le costaba esfuerzo, era duro, pero tenía la extraña necesidad de expresarse, de parir con esfuerzo y trabajo palabras que se escapaban de sus dedos, casi ajenas a él, para que cayendo una a una conformaran una historia que llenaba de plenitud todo su ser. ¿Qué podía escribir esta semana?. Deseaba escribir algo diferente, experimental, emocionante, …. Una musa sopló a su oído, y todo su cuerpo vibró a la par que su pulso se aceleraba y de su mente desaparecían todas las preocupaciones de la semana. Ya no era Jaime, era un Creador, podía crear un mundo o hacerlo desaparecer. Hoy escribiría una historia de terror, sobre él mismo. Miró a su alrededor y se fijó en la pequeña arañita que avanzaba por el cristal de la ventana. Le dio asco y repugnancia - siempre le habían desagradado las arañas- pero esta vez le sirvió como fuente de inspiración. Comenzó a escribir: “Jaime se puso enfrente de su ordenador para escribir una historia para su blog. Esta tarea era para él lo más importante…. Comenzó a escribir: “Jaime se puso enfrente…”. A la vez que escribía, veía como la pequeña araña que estaba en la ventana avanzaba hacia él”. Levantó la vista y vio con desagrado que realmente el octópodo avanzaba poco a poco en dirección suya. Escribió: “… Jaime no se atrevía a dejar de escribir, cada historia era única, y temía que si separaba sus manos del teclado la bendita inspiración que guiaba sus dedos se cortara para no volver, ya le había pasado más veces. Pero sentía un cosquilleo en la columna, que le hacía suponer que poco a poco el bicho se dirigía a su cuerpo…”. Levantó la vista, y un sudor frío inundó su cuerpo al constatar que era verdad. Había dejado la pared y se dirigía hacia él por las baldosas, como si le leyera el pensamiento. No quiso pensar y dirigió la vista a la pantalla. “ Jaime sabía que iba ahora por el suelo, poco a poco , y que si miraba hacia su pernera vería como se introducía por ella sin que se atreviera a mover un solo músculo, petrificado por el terror”. Sintió como unas pequeñas patas subían por sus tobillos, y que cada pelo de su cuerpo se erizaba de miedo al sentir el tacto áspero de la araña que poco a poco seguía escalando por debajo de su pantalón. “Sabía donde iba: iba a su ombligo!. Lo perforaría para introducirse en su interior e ir comiendo sus entrañas y depositar allí los huevos de su progenie, que se desparramaría por su intestino”. Jaime estaba sollozando, había perdido todo atisbo de razón y sentía a su pequeño verdugo ganar milímetro a milímetro la puerta hacia su tortura. Intentó con todas sus fuerzas moverse ¡no podía!. Tan solo sus dedos tenían movimiento, escribían frenéticos en el teclado del ordenador, mientras la pantalla le contaba la historia de su propio fin. “Las teclas cantaban la historia rápidamente, casi sin que posara sus dedos. No era él quien escribía, por primera vez en su vida se dio cuenta de que todos sus actos, todos sus pensamientos, eran parte de una historia que alguien escribía sobre él. Y ese alguien había decidido matarle en una pesadilla”. Jaime sintió las cosquillas de las peludas patas en la boca de su ombligo y cómo poco a poco la araña se metía en su interior a su través. ¡Dios mío, es el…

…Fín