sábado, junio 17, 2006

El juego, el muerto y la moneda.



Nunca hubo un muerto más alegre, de eso estoy seguro. El corazón me latía precipitadamente mientras esperaba con impaciencia la llegada de Cecilia y sus primas, Cristina y Marta. Los minutos se me hacían eternos y sonreía mientras pensaba en las últimas jugarretas que había hecho a Cecilia, cuando le tocó a ella el papel de muerta. La verdad es que la situación era un paraíso. Estar en una casa con tres guapas chicas, de ventipocos años, con ganas de jugar, y con toda la noche por delante, no es algo que se presente todos los días, Y claro, no la iba a dejar escapar. Fuí yo quien propuso jugar al muerto. El juego era muy sencillo: uno, hacía de muerto y se escondía una moneda en su cuerpo (en donde, esa era la picardía de cada uno), y los demás, la tenían que buscar mientras el muerto tenía que permanecer impasible, con los ojos bien cerrados mientras los demás te registraban (y esa era la picardía de los demás). Si te movías, abrías los ojos o hablabas, pagabas prenda. Los demás podían hacer lo que quisieran, menos cosquillas. Cecilia había sido la anterior muerta. Había sido muy divertido. Primero, yo había buscado la moneda por donde me había dado la gana, lenta, minuciosamente, mientras ella lo soportaba con verdadero estoicismo. Luego nos habíamos compinchado para aligerarla de ropa lo más posible. Primero habíamos gritado “¡una araña!”. Por moverse, tuvo que dejar los pantalones. Luego, le hicimos creer que había un incendio, abrió los ojos y tuvo que dejar la camisa. Pero lo mejor fue cuando la hicimos creer que habían llegado de improviso los padres de Cristina, los dueños de la casa, al salir todos corriendo asustados. Y ahí, Cecilia tuvo que dejar ya algo de su ropa interior . Se quitó su sujetador mostrando dos pequeños pechos blancos sobre los que había una moneda que me apresuré a recoger.

Ahora, me tocaba a mí de muerto. Sabía que Cecilia quería ”venganza”. Me intentaría desnudar. Pero me prometí a mí mismo no moverme pasara lo que pasara.... ¡Ya llegaban!.
- ¡Prepárate a quedar sin ropa! - amenazó Cecilia.
- Pero primero vamos a buscar un rato esa monedita...- dijo otra de las primas.
Sentí como tres pares de manos femeninas, entre risas y alborozo, recorrían mi cuerpo, se metían por entre los pliegues de mi camisa, palpaban dentro de los bolsillos...
Cerraba fuerte los ojos y me dejaba hacer. Estaba en el cielo. Bruscamente ellas gritaron:
- ¡La puerta!. ¡Los padres, los padres de Cristina!. ¡Levanta, levanta!.
Casi me da un ataque de risa. No iba a picar a no ser que fuera a propósito.
-¡ Levanta, levanta! . ¡ No es broma! . Sentí cómo echaban a correr y cómo había un ruido en dirección a la puerta. No, no iba a picar.
Sentí un chillido.
- ¡¡Hay un chico encima de nuestro sofá!!. Sentí como unos brazos me zarandeaban violentamente.
-¡¡ Juan, no se mueve!!.
- ¿¡Cristina, qué es todo esto!?.- preguntó una voz grave de hombre. Se oyó la vacilante de Cristina.
. - Eh,.... es un amigo que nos acompañó hasta casa y nos pidió si se podía quedar un momento tumbado en el sofá. Dijo que se sentía un poco mal..... y no tomó ni una sola copa.
- ¡¡No reacciona!!- dijo la voz de hombre.
- ¡¡Llamar a una ambulancia!!.
- ¡Espera!- dijo la voz de Cecilia - ¡Yo sé 1o que tiene!. Me comentó que tenía catatonismos intermitentes. Tranquilos todos, estoy estudiando enfermería y sé lo que hay que hacer exactamente. Hay que quitarle toda la ropa y meterle en la bañera con agua muy fría.....Así reacciona, ¡seguro!.
Sentí cómo me arrancaban toda la ropa rápidamente y cómo cinco pares de brazos me llevaban en volandas hasta la bañera.
-Ahora hay que frotarle... ¡ Aquí hay demasiada gente!. Vosotros.. -dijo dirigiéndose e los padres de Cristina- ¡esperar fuera y cerrar la puerta!.
Estaba tiritando en agua helada a pesar de que sentía manos subiendo y bajando vigorosamente por mi cuerpo, dando friegas.
Cuando salieron los padres, Cecilia me dijo al oído:
- Ya puedes abrir los ojos...
Cuando los abrí estaba desnudo, tiritando la bañera, con las chicas mirándome fijamente, y Cecilia en bata cerca de mí.
- Lo has hecho muy bien. Yo quería vengarme, pero no tanto. Esto fue lo primero que se me paso por la cabeza...
Quitó el tapón de la bañera y con toallas se pusieron las tres a secarme. Poco a poco mi cuerpo dejó de temblar de frío. Cecilia me miró con una sonrisa cariñosa.
- Pobrecito mío...- y me dio el mejor beso que me dieron y me darán en la vida.

- ¡¡Papá, mamá, ya está curado!!.

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